lunes, 13 de abril de 2009

BIBLIOFILOS



Puertas abiertas 12-04-2009
Eddy Roma, Especial para Siglo 21
Cinco amantes de los libros nos muestran sus bibliotecas. Descubra la pasión por la lectura de quienes han logrado acumular miles de tomos, y las características de estos tesoros empastados.
EL APOSENTO DE LOS CLÁSICOS
“Mi casa está llena de libros”, cuenta el novelista Francisco Pérez de Antón. “En la sala familiar, en la de estar y en un cuarto donde duermen los que ya no uso”. En ese lugar también guarda el vino. “Espero que los shiraz y los riojas les consuelen por el abandono en que los tengo”, sonríe.“Uno pasa por etapas vitales en que ciertos temas te apasionan”, prosigue. “Esa etapa caduca un día y aparecen otros intereses de lectura que desplazan a los anteriores. Los míos han pasado por la agronomía, la avicultura, la economía, la teología, la filosofía, las ciencias políticas, la poesía, la historia, las técnicas narrativas, la tecnología de alimentos, y por encima de todo, la literatura. Ese in-terés no ha cambiado nunca”. La pasión lectora de Francisco comenzó a los 4 ó 5 años: “Fue inducida por un tío, que me hacía leerle en voz alta cada día los artículos de fondo del diario madrileño ABC, donde solían escribir grandes firmas de la época. Entendía muy poco o nada de lo que leía, pero el oído se me fue haciendo a las palabras y al gusto por sus sonidos”.Francisco considera que son pocos los libros que carecen de utilidad. “Son los menos, y los más queridos”, recalca, “los que lees una y otra vez porque hay un algo especial, si no misterioso, en ellos”. Acude con frecuencia a las obras de Joseph Conrad, José Ortega y Gasset, Camilo José Cela, Stefan Zweig y Raymond Chandler. Y siempre vuelve a los clásicos de la literatura española. “Hay un lugar en mi casa”, menciona, “donde guardo la Biblioteca Castro, casi completa, y donde se juntan casi todos ellos, desde Lope de Vega a Gracián, pasando por Feijóo, Cervantes, Góngora, Tirso de Molina o Teresa de Ávila. Tienen una sabiduría y una gracia que no se en-cuentran en ningún lado”. Francisco calcula poseer entre 10 mil y 12 mil volúmenes. No ha tomado decisión alguna respecto al destino de su biblioteca. “Me cuesta hacerlo”, dice. “Prefiero que, el día que yo falte, lo hagan mi esposa y mis hijos”. Sabe, en cambio, cuáles son sus temores respecto a sus libros: “Perderlos o que un incendio los destruya. Si un día les ocurriera algo, creo que no podría seguir viviendo”.
VIDA APARTE“Siempre he leído muchísimo. A toda hora”, cuenta Francisco. “Mientras estuve inmerso en la vida empresarial, ése era mi hobby. Nunca jugué al golf o monté a caballo o tuve una finca de recreo. Los fines de semana los dedicaba a leer y escribir, aunque nunca publicaba nada”. Su etapa como editor en revista Crónica le dejó el gusto por examinar cómo han sido editados los libros. “Me encanta el tacto del papel, y el contraste entre el color trigo de las páginas y el negro de las letras”, confía.
EL GABINETE DEL DR. SUGER
Los estudiantes de la Universidad Galileo saben que pueden consultar los más de 6 mil volúmenes de la biblioteca personal del doctor Eduardo Suger Cofiño, rector de la institución. “Consultar”, puntualiza Suger, “no llevar en préstamo”. Algunos ejemplares reposan en la mesa de trabajo del doctor, otros se resguardan en una estantería cercana, y los demás, bajo el cuidado de dos bibliotecarias, se conser-van en la habitación contigua. Comparten el espacio con una mesa de billar, sillas para lectura, dos mesas para jugar al ajedrez y un pe-queño bar. “Construí esta biblioteca desde 1955, con un obsequio que me hizo un maestro de los seis volúmenes de química del profesor Enrique Calvert”, recuerda. El interés por la ciencia era muy marcado en el joven Eduardo: “En ese entonces estaba la librería de don Pepe Azcá-rraga. Quedaba en la novena avenida y décima calle esquina, frente a la antigua Facultad de Derecho de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Me acuerdo que allí compré una Geometría analítica, que no entendía todavía, pero cuando la vi me dije ‘algún día la voy a entender’”. En 1956 marchó a Suiza, a comenzar sus estudios científicos. “Cuando vivía en Suiza iba siempre a las ferias del libro que se daban en San Gallen y en Basilea”, menciona. “En Basilea, por ejemplo, conseguí las clases de Riemann y Weber, que son del mil novecientos, con notas apuntadas a lápiz por su anterior propietario, uno de los fundadores de la topología en Rusia, el matemático Anatol Rappo-port”. Siendo profesor universitario, acostumbraba prestar sus libros a los estudiantes que necesitaban consultarlos: “En mi casa había contratado a una señora como bibliotecaria. Me clasificó mis libros, hizo tarjetas y yo se los prestaba a los estudiantes. Cuando hice un recuento, perdí 180 ejemplares, que ya no recuperé. Yo sé más o menos a quiénes se los había prestado, pero no es mi estilo pedir que me los devuelvan a alguien que no lo quiera hacer en forma espontánea. Cuando le presto un libro a alguien, le digo que prefiero perder cualquier cosa pero no un libro”.En casa del doctor Suger apenas quedaba espacio para tanto material impreso. “Por la paz del hogar dije ‘voy a sacar mis libros’, y los llevamos a este edificio de la universidad”, refiere. Los idiomas de la biblioteca son el español, francés, inglés, italiano y alemán. “Es un reto a los estudiantes”, asegura, “porque muchos libros valiosísimos están en alemán. Eso debe incentivar al estudiante a que hable cinco o seis idiomas, sobre todo los más importantes en la tecnología y la ciencia”.
LECTURA E INTERRELACIÓN
La biblioteca del Dr. Suger tiene espacio para otras disciplinas. “Siempre me interesó la formación integral”, comenta. “Por ejemplo, cuando estudio la matemática de la Edad Media, me vuelo también la parte de historia, la parte de la literatura, etcétera, de la época. Yo insisto mucho en que cada libro, sea de literatura, sea de historia, sea de música, sea de matemáticas, muestre cuál era la fase de la evolución que estaba viviendo la humanidad en ese entonces, porque todo está relacionado”.
BIBLIOTECA EN FAMILIA“La principal característica de esta biblioteca”, dice Philippe Hunzinker, acerca de los libros que comparte con su esposa Carmen Lucía y su hijo Matías, “es su eclecticismo”. Una mirada basta para comprobar la conjugación de intereses lectores. Reúne literatura de fic-ción, psicología, filosofía, ensayos, libros sobre la evolución y temas orientales. Aunque biólogo de formación, Philippe es conocido por lectores y escritores por su cargo al frente de la librería Sophos. En su niñez, Philip-pe ocupaba las mañanas en leer. “En ese entonces, la televisión empezaba a las 12 y 5 de la tarde. Para las vacaciones, durante la maña-na, había que buscar cosas qué hacer”, señala. Dedicaba ese tiempo a recorrer las páginas de El tesoro de la juventud e historietas como Asterix el galo y Tintin.Carmen Lucía recuerda sus tiempos de estudiante, cuando debía reunir centavo a centavo para comprar un libro, y después decidir cuál se llevaría a casa. “Desde que me casé con Philippe cambió mi relación con los libros en una forma impresionante”, asegura. An-taño aprovechaba los viajes al extranjero para conseguir libros “que uno suponía que nunca iba a conseguir aquí en Guatemala”. Hoy, dispone de la posibilidad inmediata de conseguir cualquier título.El hábito lector se reprodujo en su hijo Matías. Llegado el momento demanda atención para que le acompañen a hojear sus libros: dos acerca de dinosaurios y el tercero, un libro ilustrado que narra la astucia empleada por unos ratones para huir de una serpiente ham-brienta. “Creo que la biblioteca es más un decantado que una acumulación”, opina Philippe. “La biblioteca es lo que queda después de haber pasado la prueba de las calenturas libreras. Es decir, a uno le entusiasmó un libro, vuelve después a hojearlo y se da cuenta de que no va a conservarlo”. No considera negativo que los libros reunidos durante toda una vida vayan a dar a las librerías de viejo. “Lo veo co-mo un reciclaje”, define. “Así, los libros llegarán a quien los necesite”.
POBLACIÓN FLOTANTE“Como librero”, cuenta Philippe, “cuando alguno de los libros que entran a Sophos, me lo traigo a casa para revisarlo, y de repente se queda porque me parece que vale la pena tenerlo. También hay libros que están de paso. Los consulto; algunos se van con el primer capítulo leído, y los envío de regreso a la librería. Otros ni siquiera los abrí porque al final no me llamaron la atención. La desventaja es que a veces no sabés por dónde empezar, y tampoco hay mucho tiempo para leerlos”.
ENTRE PÁGINAS Y CRAYONES“La lectura”, dice el pintor y escultor Efraín Recinos, amparado por la cercanía de los estantes de madera donde reposan sus casi 6 mil libros, “me ha sido útil como aprendiz de la vida. Le da más equilibrio, le da balance”. Su padre le enseñó a leer antes de los siete años. “Jugábamos ajedrez, y si yo le ganaba él me daba un libro. Entonces se de-jaba ganar para traerme libros”. El volumen más antiguo conservado en la biblioteca de Efraín es un libro acerca de Los gran-des pintores, firmado por Celso Cruz y editado por la biblioteca Billiken de Argentina. Contiene biografías y reproducciones, a blanco y negro, de pintores como el Tiziano, Durero, Rembrandt y Goya. “Había otros más, pero se fueron perdiendo porque cambiábamos mucho de casa o de ciudad”, recuerda. La biblioteca de Efraín acoge volúmenes dedicados a la historia del arte, la literatura, el cine y el ajedrez. Están repartidos en español, inglés, francés e italiano. Abundan también las enciclopedias. Prefiere consultar la Gran Sopena a la Britannica. “Ésta suena más interesante”, apunta, “pero amplía muchos aspectos que a mí no me interesan tanto. La Gran Sopena es más exac-ta”.Casi no anota sus libros. “Lo hago muy de vez en cuando por respeto al libro”, señala, “pero en algunos momentos en que no me gusta o no me interesa lo que está escrito, sí anoto mi desacuerdo en otros papeles”. No precisa una clasificación para ordenarlos: “Yo sé dónde están”.Al instalarse en su actual domicilio, contó con la ayuda de un carpintero para construir las estanterías. Muestra sus volúmenes favoritos, como un tomo de la novelista francesa Colette. “Vea”, y extrae un libro. “El Ulises de (James) Joyce. Si usted lo ve” y lo deja caer encima de la mesa, “es pesadito. Lo he leído 3 ó 4 veces, e incluso, así con su tamañito, me lo llevé en mi primer viaje a Europa. ¡Cómo pesa! Si usted ya lo ha leído una vez, éste es de los libros que se pueden comenzar a leer por cualquier parte”. Autores nacionales como Marco Antonio Flores, Isabel de los Ángeles Ruano, Ana María Rodas y Mario Monteforte Toledo, ocupan sitio preferencial. En un espacio aparte, como si presidiera la reunión, se encuentra el Quijote de Cervantes.
COLECCIÓN APARTE Efraín conserva una gran cantidad de láminas de arte incluidas en revistas de gran formato como Time. “Hay muchas revistas que no me gustaban para nada”, declara, “y entonces, ras, arrancaba lo que me interesaba de la revista. Eso estaba en desorden en mi anti-guo estudio y mi hijita los iba colocando en cada uno de los folios. Es un bonito recuerdo la labor conjunta para rescatar, de las revis-tas más comunes y corrientes, los aspectos que no encuentra usted en los libros de arte”.
IMAGINACIÓN Y PENSAMIENTO“Una forma de mostrarle el cariño que tenés a los libros es viviéndolos”, declara la comunicadora Marta Yolanda Díaz-Durán. Los lomos de varias de las obras que atesora en su apartamento lo testimonian. Evidencian las largas horas de lectura y constante asedio, en busca de obtener la mejor esencia de cada uno.“Antes, de niña y adolescente, leía cualquier cosa que me caía en las manos”, recuerda. “Hoy soy mucho más selectiva a la hora de es-coger mis lecturas. Quiero lecturas que enriquezcan mi intelecto y mi vida en general”.“Según cuentan mis papás”, evoca, “comencé a leer antes de los cinco años. Por supuesto, en aquella época lo que una veía eran imágenes con algunas palabras para explicarle la historia. Tengo grabados los dos primeros libros que leí: la Ilíada y la Odisea”.El gusto por la lectura fue alimentado con la ayuda de los viejos chistes publicados por la Editorial Novaro, de México. Marta Yolanda no excluyó las aventuras de Supermán, Batman, Tarzán, el pato Donald y Archie, de su formación como lectora. En la actualidad es devota de Calvin y Hobbes.Su imaginación la llevó a enamorarse de la cultura griega. Alguien dejó olvidado en su casa un libro de Aristóteles. Las imágenes de los héroes homéricos la llevaron de inmediato al libro: “Para mí, él era otro de esos grandes griegos, y me introdujo a la aventura del pensa-miento”.Su labor en radio le ha brindado un privilegio: “Tengo suerte que, por el trabajo que hago, mucha gente me regala libros, tanto autores como representantes de las editoriales. En el caso de las editoriales, me permiten escoger los libros que yo quiera para que los comen-te en el programa de radio”. Cuenta que también le obsequiaron dos discos compactos que concentran 800 libros de consulta, incluida La riqueza de las naciones, de Adam Smith. “Por supuesto que es pesado leer en pantalla”, advierte. “Yo no voy a cambiar los libros”.Mantiene cerca un libro de poemas “porque me sirven para mantener ritmo y una cierta armonía”. Sus libros están repartidos entre la casa paterna, su oficina, y su “asteroide B-506”, como nombra a su apartamento inspirada en El Principito, libro al que viaja año con año.
LOS CONSENTIDOS Marta Yolanda guarda los volúmenes encuadernados y algunas ediciones antiguas que posee en una librera, de más de 70 años, que perteneció a uno de sus abuelos. Figuran las obras de Charles Dickens, Oscar Wilde, Voltaire, Herman Hesse, Enyd Blyton, Miguel de Cervantes, una Antología de cuentos orientales y el volumen Los goces de la amistad, del estadounidense Orison Swett Marden, que perteneció a su abuela. “Fue regalo de un pretendiente suyo”, comparte, “cuando ella era muy joven”.
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